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67 ron con muestras de alegría, y descansamos perfecta– mente. Después de despedir á los de Guineo, recompensán– doles con espejitos, etc. , comenzamos á hacer los pre– parativos para pasar los Andes con dirección á Pasto. El día 5 en la Misa expliqué el Santo Evangelio, re– prendiendo enérgicamente el odio y rencor que reinaba entre algunos habitantes de aquella ciudad. Luego de salir de la iglesia me llamaron á casa del señor Prefecto, que se hallaba enfermo; lo confesé, y atendí en su en– fermedad. El 7 determinamos salir al día siguiente, para lo cual se prestó el gobernador de indígenas preparándo– nos peones de los suyos : los blancos nos obsequiaron con regalitos de pan y comida para el viaje. Mas, antes de proseguir mi relación, diré algo acerca de los indios rle la capital del Caquetá. La tribu mocoa habita en la ciudad de este nombre y en los pueblos de Limón, Pacayaco, Condagna, Jun– quillo, Guineo y San Vicente. En Mocoa hay pocos dentro de la ciudad, y unos trescientos en sus alrede– dores. Se quejan de los blancos, diciendo que con sus animales les clestrozan las chagras, por lo que se ven obligados á retirarse á los campos. En San Vicente y Guineo viven sin blancos: en Limón tienen clos ó t res fa– milias, y en Pacayaco nna. En Conclagua hay tantos bla,ncos como indios, pero separados por el río: en Jun– guillo hay también bastantes blancos. Los indios mocoas son muy dóciles, humildes, sumi– sos, respetan y hasta veneran al sacerdote, y se distin– guen por su piedad ó afición á las cosas tle la iglesia. Respetan la propiedad en tanto grado que nunca he oído que uno de ellos haya robado. Un misionero puede trabajar con fruto entre ellos, pues se prestan, y tienen aptitud para aprender.

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