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,, 62 Después del Rosario vino un viejecito que hablaba castellano, y me dió mncbas noticias· se acordaba de los misioneros, contándonos que siendo 1 niño mataron los mamos (indios) á un sacerdote, que vinieron soldados á castigarlos, y que mataron á todos los mamos, excepto algunos que los llevaron hacia el Napo: con estos rna– ~os solían tener guerras los putumayos, y de ellos des– ciende una familia que vive en Tapaainti (cuatro días río abajo de San José). Me dijo también que los de Cuímbe (un día del río abajo de San José) son de la pacífica tribu amaguage, que no pelean con nadie. El mismo me reveló que al principio recelaban de nosotros porque los otros misioneros no tenían barba; pero que ahora nos querían mucho, suplicándonos qne nos que– dáramos ó que volviésemos pronto. El 28 no pudimos salir por estar todavia muy creci- do el río. 1 E l gobernador me dió un loro muy fino p~r unas frio– leras que le entregué: al dármelo el indio me dijo: -Blancos q1w1·iendo comp1·a1· lo1·a, yo rnezquinan– do: á Taita Ciwa no mezq1tinando, niuclw q1u31•iendo. En compañia del P. Francisco visité algunas casas : en todas ellas vimos lanzas, badoqueras, flechas, ha– macas, etc. ;Las lanzas para matar dantas están forma– das ele caña de guadua, bien afiladas y de muy poco peso : los indios las tiran á gran distancia, y pocas ve– ces ~erran el golpe. Las otras lanzas son de hierro, y las tienen para defenderse y alancear á cualquier ani– mal, sin exceptuar el tigre. Con la bacloqüera y flechas envenenadas cogen toda clase de aves y otros animales incluso el mono. Es tan activo este veneno, que cuan~ do clavan la flecha en un mono, luego cae sin vida. El mono agarra la flecha para sacarla, mas ésta tiene unos cortes hechos de antemano y se rompe, qnedanclo él
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