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61 r eunió formando con ellas el pueblo, que puso bajo la protección de San J osé. Nos pareció que estos indios se pintan más que los ot,ros, y que son muy feroces. Llevan coronas de pluma y hierbas muy largas en los brazos: las indias se nos presentaban con los labios negros, y todos sin excepción alguna, hasta los niños tiernos, tenían arrancados por completo los pelos de ce– jas y pestañas. Para esto se sirven de una hebra ó hilito que sacan ele cierta caña, la retuercen tomando en me– dio el pelo, y cuando éste está bien sujeto, tiran hasta que lo arrancan . Es de suponer el dolor que les oca– siona esta operación, que les afea extraordinariamente, pero ninguno la omite. El pr imer día nos miraban. con cierto recelo, y los niños no se atrevían á acercarse. Procuré inspirarles confianza, y bauticé algunos niños. Al día siguiente llegó el indio que mandamos á ca– zar, trayendo un cerrillo (jabalí) viejo, grande y de hermosos colmillos. Pasamos el día rodeados de indios, quienes se nos acer caban ya sin recelo y nos traían plátano, yuca y piñas, entregándonos además un loro por unos cuantos abalorios que se les dió. Preparamos las canoas y arreglamos los ranchos. Llovió toda la noche hasta amanecer el día 27; el río creció muchísimo, llevándose una canoa, por lo que que– damos imposibilitados para salir. Celebramos con asis– tencia de todos los indios, quienes acudieron á los gri– tos de uno que suplía el defecto de las campanas. Casi todo este día lo pasamos mirando el río, que creció hasta las once, y permaneció á la misma altura hasta la una, en que comenzó á. bajar. Al rezar el Rosario nos admiró que los indios respon– dieran perfectamente y en voz clara; mas luego supi– mos que ha ya cincuenta años se lo enseñaron los mi– sioneros.

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