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" 58 Vinieron los niños indiecitos á nuestra casa, y les en– señé el B endito y el Ave M a1·ía. Observamos que es– tos indios soµ expertos y de buena disposición. Al re– cibir estampas, medallas ó cualquier otra cosa decían:- --Dios ·se lo pague y Mamita (la Virg·en). El día 23 celebramos á las cuatro de la mañana y nos preparamos para la salida. Todos á porfia querían llevar nuestros objetos al· puerto. A las siete nos diri– gimos a l Putnmayo, acompañados de los cargueros que venían yanga, ó vacíos con el fin de despedirnos en el río. Atravesamos el río San Vicente y varios esterosr llegando después ele tres cuartos de hora al puerto del Putnmayo. En él encontramos una de las canoas llena de agua y con el rancho caído: l~s indios se pusieron á arreglarla, pero como habían tomado mucha chicha aquella noche, se pasaron componiendo hasta las nueve, en que pudimos emp~ender el viaje. El P. Francisco y yo entramos en una canoa con dos. bogas; Eduardo y Alfonso en otra pequeñita con un in– dio; en otra vieja el P . Collins con Saturnino y dos bo– gas. Como el TÍO traía poca agua, las corrientes Ill} eran muy fuertes, los bogas eran prácticos, y navegá~ bamos á favor de la corriente, nuestro viaje fué feliz. A las once llegamos á la desembocadura del Guinea, con cuyas aguas se aumenta el río; á las doce pasamos la. de San Juan, que hace caudaloso al Putumayo. Al cabo de media hora llegamos á San Diego-, salién– donos á recibiL· toclos los habitantes con su capitán á la cabeza al son del tambor. Los indios de San Diego parecen guerreros, inteli– gentes y activos. Dicen que pertenecen á la tribu pu– tumaya, y hablan dialecto especial, distinto de todos los que hasta la fecha oímos : se cortan el cabello y llevan la cabeza. descubierta, y acostnmbran pintarse el

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