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(' 57 doliente ó ñestero y encontré á todos tomanclo chicha, €xcepto algunos que clormían rendidos por la mucha que habían bebido. El dueño de la casa estaba de gala ; vestía pantalón y camisa, llevaba en la cabeza una -corona formada con plumitas de diversos éolores: de la cual pendían dos como cintas, también de pluma, hasta las corvas de las rodillas: terminando con unos pajaritos disecados de bonitos colores. Llevaba unas cinco plumas, fijas en la corona, que sobresalían so– bre la cabeza una cuarta, y de dicha corona pendían unos triangulitos de plata. Sobre el hombro, cruzando pecho y espaldas, tenia una especie de rosarios, forma– dos de cocos pequeñitos y otros pedacitos de madera ó cascarilla dura, que sonaban al menor movimiento. Este día presenciamos un baile. El rey de Ja diversión ó sea el pariente más cercano de la finada, que estaba vesti– do de gala, se puso de rodillas ante el más anciano ele 1os concurrentes, quien dirigiéndose á mí, me dijo: -Con vuestra licencia, bendito Padre. Y le dió la bendición, haciendo una mal trazada cruz: del anciano pasó ante mí, y recibida mi bendición co– menzó á bailar. Salió luego una mujer, que era la más anciana de la reunión y del pueblo, y bailó con el indio, ó mejor dicho, paseó de una parte á otra de la habita– ción. Al compás de los ¡,ies movían el cuerpo; teniendo los miembros de él como enfermos de parálisis, los bra– zos caídos y quietos, los ojos más mortificados que un novicio capuchino, y todo su cuerpo como un tronco que lo llevan de una parte á otra. Este es el baile quE presencié. Dejando á los bailarines me dirigí al Putumayo con cinco indios, el negrito y otro muchacho. Ellos comen– zaron á arreglar las canoas y -ponerles rancho, míen- . tras yo, ayudándome un j oven, labré nn canalete con una tabla vieja que hallé.

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