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46 Un misionero debe saber de todo para atender á sus necesidades. En las circunstancias en que nos encon– trábamos en el Caquetá sufríamos no poco cada vez que teníamos que cocinar. Mi compañero, que pasó la ju– ventud en Londres y París, siendo educado en los principales colegios de Europa, apenas ha visto coci– nar en su vida, si se exceptúa el tiempo que ha misio– nado en el OL'inoco: yo que por mi desidia nunca me acerco á la cocina, tampoco be aprendido á freír un huE}vO: sin embargo si habíamos ele comer preciso era cocinar. El P. Enrique afirmaba que sabja muy bien este oficio, y era el primero en coger la sartén; yo me enc,wgaba de atizar el fuego, mortificando algunas ve– ces á mi solícito coropañero, como me pasó en Cosumbe: estaba él con la sartén, pretendiendo freir unos pláta– nos, me acerqué para ayudarle, y al poner medio plá– tano en la sartén, lo hice 1 Con tan poca precaución y mala suerte que saltó á nuestras manos la manteca hir– viendo: al momento .el P. Collius dejó la sartén, pero ya tarde: perdimos algunos plátanos casi fritos, y lo que peor es, quedó mi compañero quince días con las manos quemadas por mi impericia. En Cosumbe nos dieron plátanos y algunas otras co– sas para comer: á la una continuamos la marcha, y sin más novedad que un fuerte aguacero, llegamos á la misma playa en que habíamos dormido á la bajada. Cocinamos muy de prisa porque amenazaba lluvia: dejamos al enfermo en el ranchito de la playa, y los dos Padres nos acomodamos en el de la canoa. Pretendimos safü de noche aprovechando la luna, pero ella se es– condió y tuvimos que a.guardar hasta la mañana del 30, en que emprendimos la marcha á las seis, dejando al negro Dimas, que regresó á su casa. Los indios nos avisaron que había puercos cerca del
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