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42 sar el resto de la noche encogidos en el rancho de la canoa, dormitando algunos ratos. Amaneció por fin el tan deseado día 22, y sin poder celebrar, con harta pena nuestra por ser ya el cuarto día qne nos privamos de tan grande cornmelo, continua– mos el viaje á las siete. Todo el día sufrimos el vaivén de la canoa más declarado que las anteriores . A las on– ce nos paramos en medio del río para tomar un poco de almuerzo frío, teniendo la canoa como varada en un banco de arena. A las cinco descansamos en una extensa playa en donde secamos nuestras ropas y arreglamos los cajones. Algunos artículos, como pan, harina, azúcar, etc., se nos habían perdido con la humedad de la noche ante– rior. Los indios estaban contentos porque les dimos dos pavas de las cuatro que'en el camino matamos. Dormimos muy bien, ~o en hamaca, que coloqué en la playa bajo un ranchito que admitió toldo, á pesar del cual me acompañaron algunos zancudos; el P. Co– Uins en el rancho de la canoa, y el negrito debajo de mi hamaca. El 23 celebramos en el ranchito de la playa, y á las seis, echamos ~ andar. Sin peripecias que relatar seguimos nuestro viaje hasta las ocho, que con toda felicidad llegamos á la des– embocadura del Mecaya, hospedándonos en casa del Sr. Solís, quien nos recibió con su acostumbraba afabi- lidad. . . Al otro día bendije un matrimonio, bauticé á un niño– y celebramos los dos Padres. Hicimos provisión de al– gunos artículos, como arroz, aco, un poquito de sal, ja– bón, etc. No quisimos ir por el río Mecaya al Putumayo por– que necesitábamos lo menos ocho días para snbirlo, y

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