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41 ron algunas palabras en su lengua, y se pusieron á pin– tar sus caras después de lavarse y peinar su poco pelo. Nosotros en silencio veíamos á aquellos salvajes tomar ~l espejo, esmerarse en echar rayas de achote en su rostro, dándose las figuras más extrañas, y mirándose al espejo una y otra vez. Sin duda creerían que nos iban á espantar, ó por lo menos que nos imponían: ¡po– bres indios ! Bogaron más que los días anteriores, y conseguimos llegar á las doce y media á la misma casucha, desem– bocadura del Seucella, en donde habíamos descansado el día 17. En esta casa no había más que dos hombres: almorzamos y seguimos el río arriba. Los indios no qui– sieron detenerse en unas playas que encontramos, y -continuaron bogando basta las siete y media, que hici– mos alto en una hermosa playa. Coloqué mi hamaca sin rancho, y á la hora de acostado, cuando quería conci– liar el sueño, nos asalta una fuerte tormenta que me obligó á buscar amparo en el ranchito de la canoa : dos horas pasamos luchando con el viento y lluvia : el Pa– dre E nrique con ambas manos sostenía el caucho en un lado del rancho, y yo guardaba el otro lado, mientras el negrito por fuera, recibiendo todo el aguacero, cui– daba de que el viento no se llevase el rancho ó los cau- . chos. Los indios se cobijaron bajo un pequeño é impro– visado rancbito, hasta que se lo llevó una ráfaga de viento; entonces el célebre Chichico (único de ellos que sabía algo de castellano) vino á nuestra canoa, y en vez de ayudar á Edua,rdo, observamos al día siguiente que se acercó á arrancar de nuestro rancho dos palos, de– jándonos de este modo más e.x.pnestos á quedará la in– temperie. Calmado el viento, y habiendo cesado la lluvia, deja– mos la incómoda tarea de guardar los cauchos, para pa-

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