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40 Nuestros bogas no cesaban de pedirnos que paráse– mos en una playa para comer el pato que habíamos co– gido por la mañana. Paramos por fin á las once y me– dia, y los dos Padre,s, después de tomar un pequeño re– frigerio, contemplamos admirados la voracidad de nues– tros indios al comer el pato y una tortuga, sin aguar– dar á que estuviesen bien calientes. Continuamos la marcha á la una, y adelantarnos po– quísimo por venir el río crecido. Por la tarde suspirábamos por un puesto bueno en las orillas, y éste no parecía, hasta que al obscurecer divisamos un poco de arena en medio del río, y allí paramos, con riesgo de ser arrastrados si el río· hu– biese crecido más. Comimos como pudimos Jo que pre– paró nuestro negrito Eduardo, mientras los indios co– cinaban una pava y abundantes plátanos. Los dos Padres dormimos en el rancho de la ca– noa, ·y aunque procuramos apartar los objetos cuanto nos fué posible, no pudimos hacer lugar para acostarnos extendidos, viéndonos obligados á pasar la noche enco- . gidos y sin volvernos de un lado á otro. El 21 no celebramos por sernos absolutamente impo– sible poner el pié en aquel montón de ar ena, que almo– mento se hacía balsa de agua. Queriendo castigar á los indios el atrevimiento y bur– la que de nosotros hicieron comiendo cuanto habían ca– zado los días anteriores con nuestras municiones y es– copeta, ordenamos que entregasen la escopeta y muni– ciones á nuestro negrito Eduardo. El P . Collins, sin ocultar· qite e1Yt inglés, manda con imperio que Eduar– do vaya de piloto en la canoíta de los cazadores, y que le acompañe no indio . Todos quedaron silenciosos y dirigiéndonos miradas expresivas, y pronto compren– dieron sin duda el fin que nos proponíamos. Se habla-

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