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' • 25 Nos satisfizo mucho el resultado de la Misión. La ~oncurrencia foé numerosa, relativamente á los habi– tantes de Mocoa. Comulgaron casi todos los blancos, mostrándose dispuestos á seguir nuestros consejos. Al terminar la santa Misión comprendimos una vez más la necesidad de un sacerdote en Mocoa: conocimos mejor las consecuencias de la ignorancia en materias -de Religión, y resolvimos cooperar cuanto pudiéramos para que pronto vayan ministros de Dios, que siembren la buena semilla en aquella tiena tan bien preparada. Los indios, sea porque no quieren juntarse con los blancos, ó ya también porque no entienden bien el cas– tellano, ó, lo que es más probable, porque necesitan t rato especial, lo cierto es que se aprovecharon poco de ~sta Misión. Los pobrecitos apenas tienen idea de los principales misterios de nuest1·a Santa Religión. Es preciso catequizarlos, comenzando por enseñarles, como á los niños tiernos, los rudimentos más sencillos. Terminada la Misión comencé los preparativos ¡,ara nnestro viaje al río Caquetá, que anticipé al tener no– ticia de que el P. Collins estaba mejorado de su herida, y que la canoa podría botarse al agua dentro dos días. E l último que permanecí en t[ocoa lo pasé en la difi– cil tarea de arreglar matrimonios desconcertados y con– -cubinar ios. E l señor prefecto con celo digno de todo encomio, me ayudó en esta empresa, llamando á los -coucnbinarios y enviándolos á la casa conventual. Des– pués de algunos pequeños disgustillos tuvimos la satis– facción de ver arreglados todos los matrimonios y de no dejar un solo concubiuario, por haberse casado unos y separado otros. Arreglado todo, el día 29 salimos de Mocoa el ne– grito Eduardo y yo á eso de las seis, acompañándonos

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