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17 lo que encontramos muchas dificultades para reunir peo– nes que nos llevasen á. aquella ciudad. Para bendecir dichos matrimonios fué preciso lla– mará los contrayentes, quienes vivían. ya juntos: usa– mos ele la fuerza para traerlos, valiéndonos del gober– nador de los indígenas, lo cual no nos sucedió en San– tiago ni en San Andrés. Notamos que los habitantes nada bueno hacían si no intervenía la Autoridad, y ni aun á ésta respetaban si no recurría á las amenazas. Este día confesamos á todos los· blancos, salvo ra– r a excepción, y bautizamos treinta y dos niños, incln– yenclo los blancos. E l día 8 el P . Francisco y yo, celebramos á las cua– tro, y continuamos el viaje á las seis y media. El Pa– dre Collins quedó .en Sybundoy para r eponerse de una herida que tenía en el pie, y cuidar al mismo tiempo de que los cargueros no se quedasen en Sybuncloy con nuestros bultos . Pasanios los ríos San Francisco y Pntumayo, y á las nueve entramos en el arroyo Portachuelo, -subiéndolo uu buen rato, andando siempre en el agua porque venía repuntaclo. A las diez llegamos al puerto Portachuelo, en donde se dividen las aguas, dirigiéndose al Putu– mayo las del expresado arroyo, y las otras al Caq uetá . Bajamos el río i\Iinchoy, que tiene mucha agua por ser invierno, viéndonos obligados á vadearlo unas t rein– ta veees, no sin tomar algún baño involuntario. A las dos llegamos al Patoyaco, y lo pasamos sin gran dificultad, por un tronco que cruzaba el río en la par te más honda. A. las tres dimos con un ranchi to, y lo ocupamos decididos á. pasar allí la noche. 2

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