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10 Por más que nos apresuramos, durante tres horas tuvi– mos que sufrir los desagradables efectos de andar por el agua casi helada, lo cual nos hizo más daño que la lluvia y el viento. Pasados estos apuros encontré un mal rancho, que me parecí{) un palacio; me cobijé en él, aunque estaba. muy húmedo; con auxilio de algunos indios hice una. hoguera, y descansé hasta que vinieron mis compañeros. Al oabo de media horallegó el P. Collins tan qnebran– tatlo, que se echó en seguida en aquel húmedo suelo. Como sentíamos por momentos que el frío se apoderaba. de nosotros, no nos pareció prudente permanecer allí, y así nos resolvimos seguir adelante sin esperar al Pa– dre Francisco, á quien dejé aviso de que si estaba muy cansado se quedase en aquel rancho, y ele lo contrario, que hiciera un esfuerzo para caminar una hora que fal– taba para llegará la pendiente hacia Santiago. Partimos nosotros, y á la media hora el P. Collins perdió el color y no pudo tenerse en pie. Grandes füe– ron mis apuros: nadie podía cargarlo por ser muy pe– sado, y él, imposibilitado de dar un paso, quería echarse en la fría y húmeda tierra: la lluvia no cesaba, y no encontrábamos un lugar doncle guarecernos; detenerse allí era exponerse á perecer. Por fin, hizo el Padre un supremo esfuerzo, y llegó á la bajada, en la que algunos cargueros de La-Laguna, á qnienes estamos. muy agradecidos, repartiéndose las cargas lo tomaron en hombros, y relevándose lograron bajarlo á la llana– da, á donde salieron á recibirnos dos indios de Santia– go que llevaron al Padre al pueblo, al que llegamos á. las siete de la noche. El P. Francisco quedó atrás, más rendido que nos– ot~·os: llegó á las dos de la tarde al ranchito, y recibió m1 recado, pero no atreviéndose á permanecer allí, si-

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