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9 rras contt·a las tropas del Gobierno. Hoy viven pacífi– cos y contentos, aunque conservan ciertos vicios, como e l poco respeto á lo ajeno. Un misionero que visitase frecuentemente la iglesia de L a-Laguna podría hacer inmenso fruto entre esos indios, porque se prestan mu– cho á la instrucción religiosa. El 28 celebramos muy temprano, y leí después los Santos EvangP,lios á multitud de enfermos. A las cuatro y media emprendimos el viaje, no habiendo podido ha– cerlo antes por causa de los cargueros. Salimos de L a-laguna acompañados de varios veci– nos· animosos subimos la primera cuesta, é intrépidos ' y contentos nos internamos en los montes, que podemos llamar principio de los Ancles. Pronto comenzamos á sentir el fresco de la cordiJlera, y á andar con suma di– ficultad á causa del barro. A.l cabo de tres ó cuatro horas llegamos á un ran– cho (1) próximo al Páramo; nos_guarecimos en él, y to– mamos parte del avío que caritativas señoras de Pasto nos dieron para el camino . Restauradas algún tanto las fuerzas, salimos del rancho para entrar al poco tiempo en el temible Páramo, que tanto impresiona á los via– jeros. Pasado el punto llamado Bordoncillo comenzó á caer sobre nosotros una menuda lluvia tan fría que, r ecibién– dola en los cauchos, la sentíamos en el cuerpo. A.l mis– mo tiempo algunas ráfagas 'de viento nos hicieron corr er .cuanto podíamos, imitando en esto á los cargueros, quie– nes, á pesar de las tres arrobas que llevaban en las es– .paldas, corrían más que nosotros para pa,aar pronto los puntos donde el viento soplaba con mayor violencia. (1) El rancho C<?nsis Le en cuatro pulos hincados en tierra, con uno cubierLa de hojas ó hierbas pura defenderse del agua.

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