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—82— Maria la recibe y la presenta ante su Divino Hijo. Nada puede hacer la Vir- en en ese tribunal inapelable; las obras e cada uno son su salvacién 6 condena- ci6n; mas solo el haber muerto invocan- do 4 Maria, sélo el llevar su nombre im- preso en el corazén es una garantia se- gura para el buen cristiano, que vivi6é amandola y en sus manos entreg6é y en sus manos rindi6é el Ultimo suspiro. Asi lo han creido todos los siglos y todos los pueblos, queriendo aun después de muer- tos, los fieles hijos de Maria, depositar sus mortales despojos en sus templos, es- perando la resurrecci6n de sus cuerpos, en los mismos lugares donde tantas veces resucit6 su alma, vivificada al calor ma- ternal de Maria. Llamemos con frecuen- cia durante la vida 4 la Madre de la mi- sericordia, para que en la muerte, cuan- “do nuestro espfritu desfallezca, la invo- uemos como por instinto, y al amparo de tan santa Madre, traspasemos segu- ros los umbrales del sepulcro; asi cuando este cuerpo deleznable, caiga frio é iner- te 4 los piés de su Soberana, nuestra alma volard4 las eternas mansiones de ja gloria, donde gocemos de su dichosa vista, por toda la eternidad.

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