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turas, tanto así las excede en gloria. Si los ojos del hombre no han visto, ni sus oídos escuchado, ni su espíritu imagi. nado lo que el Señor tiene prevenido para los que le aman, ¿quién será capaz de declarar la felicidad que reservó pa- ra aquella que le es más cara que todos los hombres y ángeles juntos? ¡Oh Ma- ría! feliz mil veces, ya sea que recibas al Salvador en tu seno, ya sea que el Salvador te reciba en sus brazos. Meditese y pídase la gracia que se propone conseguir. ORACIÓN ¡Qué dicha la nuestra, Divina Ma- dre, si fuésemos capaces de contemplar, mientras peregrinamos por el mundo, la gloria que la Trinidad Adorabilísima os comunicó al recibiros en triunfo el día de vuestra Asunción al cielo¡ ¡Có- mo repetirían nuestros labios las pala- bras del Príncipe de los Apóstoles en la Transfiguración de su Maestro: “Se. ñor, bueno es estarnos aquí! ¡Oh! $i al menos pudiésemos imaginárnosla!

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