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de su Madre y la sentó a su diestra en el mismo trono real de la beatísima Trinidad. Al tercero día que el alma de María gozaba de las dotes de gloria, cual convenía a su dignidad, dispuso el Señor que volviese al mundo y resuci- tase su sagrado cuerpo, sin esperar a la resurrección de los muertos.” María subió a los cielos entre júbilos y cánticos, cual aurora que se levanta, más hermosa que la luna, elegida como el sol y terrible como muchos escuadro nes ordenados, como nube formada de perfumes de mirra e incienso, vestida de oro de variedad que causó la admi- ración de los cortesanos del cielo. Abriéronse las puertas del alcázar ce- lestial y Dios Padre acogió a su Hija, el Hijo a su Madre y el Espíritu Santo a su Esposa. ¿Quién podrá imaginarse, exclama un devoto de María, la gloria de la Madre de Dios en los tabernácu- los eternos? ¿Quién la devoción y apre- suramiento con que las inteligencias celestiales salieron a su encuentro y la magnificencia con que la colocaron en su trono? Cuanto ella fué sobre la tie- rra superior en gracia a todas las cria- PEL: AIN A A a.

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