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o trechísima con Dios. Que no me arroje vuestro Hijo del jardín de su Iglesia como a higuera estéril y sin fruto; que el dardo del amor divino penetre hasta mis entrañas y arroje de mí los vicios del hombre viejo y haga resplandecer con vivísimos colores la hermosura del hombre nuevo y que mis sentidos y po- tencias suspiren por los bienes celestia- les. A ti me dió el Señor para que por ti alcance lo que yo por mí no puedo merecer. Haz, Señora misericordiosa. que, de la fuente de bondad, que es tu Hijo, brote el agua que ha de fecundi- zar y ablandar la tierra de mi corazón. Quiero amara Jesús, siquiera tanto cuanto le ofendí. Pracrica.—No apartemos nuestros ojos del cuerpo llagado del 3ondadosí- simo Jesús. Dentro de su costado debe- remos refugiarnos como en puerto se- guro contra los vientos huracanados de nuestros enemigos. Récense tres Ave María por el gozo que la Virgen experimentó al ver a su Hijo gloriosamente resucitado. Oración final como el día primero. ii

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