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— 55 — -* que divisasteis al Divino Crucificado cubierto de espinas y sangre hasta que muerto fué colocado bajo la fría losa del sepulcro. Nadie como Vos, oh Ma- dre desolada, fué tan privada de todo consuelo en la mayor de las desventu- ras, Verdaderamente que fuisteis hecha Madre para padecer. Y ni en los mo- mentos supremos del martirio más in- humano, aquellos en que Jesús iba a expirar, se os permitia aliviarle, ni en- jugar su rostro desfigurado, ni humede- cer sus labios, ni curar sus llagas ni ofrecer vuestro pecho para que descan- sara su atormentada cabeza, ni defen- derlo siquiera de los sarcasmos y maldi- ciones que proferían contra El. Todo os fué vedado en la muerte de vuestro adorabilísimo Hijo. Enseñadme, Madre piadosa, el valor y mérito que se ad- quiere cuando se padece en el acata- miento del Señor. Pracrica.—Cuanto más en Dios lle- vamos nuestras pruebas interiores, ma- yor es el galardón. Jesús y María miran con singular benevolencia a quien sufre con sobrenatural resignación.

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