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E lidad sobre quienes pedían a gritos que fuera crucificado. Para lo cual mandó. traer agua y lavarse las manos dicien-- do: **Inocente soy de la sangre de este. justo. Allá con él vosotros”. Proclamada de esta manera la ino- cencia del Cristo, fué por el mismo Pi- latos sacrificada, mediante la sentencia de muerte que dió y que se cumplió sin dilación por los soldados de la co- horte romana, encargados de ejecutar las órdenes de su presidente, Cuatro soldados despojaron a Jesús la púrpura real y le pusieron su propio vestido. Colocaron sobre sus hombros la pesada cruz y, acompañado de dos malhecho- res condenados también a morir en cruz, echó a andar, camino del Calvario. De- lante del fúnebre cortejo iba el prego- nero, quien, de trecho en trecho, publi- caba el nombre de los ajusticiados, los erímenes más salientes que habían co- metido y el suplicio que iban a sufrir. Inmensa ola de gente compuesta, bien de curiosos y forasteros, ora de los enemigos declarados de Jesús, como ser los príncipes del pueblo, sacerdotes y doctores llenaban las boca-calles y

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