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que acababan en puntas bien afiladas y se la clavaron fuertemente en la cabeza logrando que de sus divinas sienes re- ventara la sangre. Tomaron luego una clámide o manto de púrpura viejo y andrajoso y con él envolvieron su cuer- po. En las manos pusieron una caña hueca en significación de cetro real. De esta suerte, taladrada la cabeza augusta del Hijo de Dios, vestido de manto real como un loco pretensioso y con el cetro de caña en las manos y sentado en el banquillo de los reos era saludado por la soldadesca, dobladas las rodillas y diciendo: “Dios te salve, rey de los ju díos”. Y al mismo tiempo le escupían en el rostro,—en aquel severísimo cuan to apacible rostro,—y le herían la cab» za con fieros golpes con los que hundían más y más las espinas y acrecentaban el dolor y el correr desu divina san gre... ¡Alma mía! He aquí. al hombre. He aquí a Jesús, a quien con tus pecatos coronaste de punzantes espinas y con tus malas obras vestiste irrisoriamente. cual a rey de farsa. ¡Cómo no te estre- meces de horror al ver a tu Dios en es-

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