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a da cuales le acusáis. Y ni Herodes, pues q remití a él y veis que nada le ha resy tado digno de muerte; por tanto, des pués de corregido le dejaré libre”. Co este juicio de Pilatos acerca de Jesñ coincidió el de su esposa, quien mand decir a su esposo que de ninguna mang ra condenase a aquel justo ni entendie ra de su causa; que así se lo habían d; do a saber en sueños. Con todo y a pe sar de que la inocencia y santidad Jesús eran tan manifiestas, el puebk aquel pueblo que sólo había recibid beneficios sin cuento, pidea grande gritos que su bienhechor sea clavado muerto en cruz. Pilatos se niega a decrg tarlo porque “no hallaba en él causa d muerte”. Mas, como la turba insistiera en $ loca pretensión, Pilatos ideó un medi de hacerla desistir y fué imponiendo Jesús un castigo, el de la flagelación con el cual amansaría la furia de s enemigos y les movería a lástima. Era la flagelación una de las pen más crueles inventada por la antigile dad pagana, tan infame y afrentosaq no pocas veces acababa con la vida d

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