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de amargura la medida de su corazón: de madre!; pero con la diferencia de que entonces conocerá la causa de sy atroz martirio, mientras que ahora todo lo ignora. Y si preguntare a Dios el por qué de la desaparición de su amado Hijo, Dios nada le respondería; si pre- guntare a su alma, ésta por toda res- puesta no haría más que exhalar gemi- dos que conmoverían a los mismos án- geles testigos únicos de la aflicción in- tensísima de aquella divina mujer. ¡Oh! Si al menos llegara yo a vis- lumbrar la dicha inestimable que en- cierra el poseer a Jesús y la desgracia que su pérdida, después de haber co-- metido la culpa grave, ocasiona fatal- mente al alma. Sólo así conocería el dolor y gozo de María, para moverme a llorar mis pecados, causa única por la que, fanras Veces, arrojé de mí al Bone dadosísimo Jesús y a desear su amistad y gracia sobre que descansa la paz in-- terior de las almas. Medítese y pídase la gracia que se propone conseguir.

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