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ría! Con razón el nacimiento del Sal- vador fué anunciado por el ángel como un grande gozo, al menos en su causa. para todo el pueblo, para los humildes pastores, para los Santos Reyes y para todos los hombres de buena voluntad que sólo buscan agradar a Dios. Lo fué singularmente para María, pues que nadie como Illa comprendía mejor el beneficio e la redención. María tuvo la inmensa dicha de dar a luz entre go- ces indescriptibles al Salvador del mundo, de tomarle entre sus brazos, de acariciarle e imprimir en su rostro el beso de madre y de repetir con toda verdad: Este es Hijo mío, es mi Hijo y mi Dios. Y como, por otra parte, no ignoraba que venía a redimir el mundo, gozábase de pensar que por su Divino Hijo que darían rotas las cadenas de condena- ción, que muchas lágrimas serían enju gadas y que se alcanzaría la verdadera libertad, propia únicamente del que sirve a Dios en espíritu y verdad. Esta manera de gozarse María en los bienes de los demás es la que caracteri- za a las almas que lejos de buscarse a sí
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