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e Y Jesús, al que infundió un alma santí- ma uniéndolos con nudo indisoluble a la segunda Persona Divina de la Trini- dad Augusta, el Verbo. María había prometido con voto su virginidad a Dios. De ahí que, si bien turbada por las palabras encomiásticas del ángel, no puso tanto su atención en la dignidad a que sería encumbrada cuanto en que llegaría a ser madre. Es- to le obligó a preguntar extrañada:—- ¿Será posible? —¿Quomodo fiet istud? Si no conozco varón. Como si temiera IM quebrantar el voto de virginidad. de- IN tiínese antes de prestar su consenti- miento a ser Madre de Dios. Y con gus- to renunciara a esa dignidad, la más sublime, si hubiera de ser con detri- mento de una virtud tan querida de su V | | corazón. Ese santo temor le provino del amor que sentía por la virtud angelical, por la pureza de su alma y de su cuer- MN! po. 3 Medítese y pídase la gracia que se Ú desee conseguir
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