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SES cente y cándido Antonio. Habíase alojado éste en casa de un gran amigo y bienhe- chor de la Orden. En la noche, mientras el Santo se dedicaba en su pieza a la oración, acertó a pasal el dueño de la casa y vió or debajo de la puerta un vivísimo res- plandor. Movido de la curiosidad, acercose V vió que sobre un libro de los Evangcelios, puesto sobre la mesa, estaba un Niño de arrobadora hermosura, quien, tendidos sus brazos en torno del cuello de san Antonio, le acariciaba v besaba sonriente: No pudo el curioso observador retirar su vista de aquel cuadro divino, en el cual el Criador y la criatura menudeaban sus caricias mu- tuamente. Observó, sin embargo, que el Niño señalaba hacia la puerta y articulaba palabras que no acertó a percibir; con lo que se convenció de que había sido descu- bierto. A la mañana siguiente, el Santo salió de su aposento para ir a encontrarse y saludar caritativo a su huésped. Este le abrazó efusivamente, confesó su indiscre- ción y le prometió, a instancias del Santo, de que cuardaría silencio de lo que había

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