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sía, ni su furor, ni su insolencia pueden hacerle proferir una palabra de indiena- ción. Cuando les echa en cara sus vieios lo hace con elevación de miras, noblemente; sin apasionamiento. Perdona y anima alos pecadores, abraza al discipulo traidor, sana la oreja de Malco, calla cuando le maldi- cen y escupen a la cara; y si se burlan « El, no se queja. Finalmente, antes de mo vir, pidió perdón por los jueces que le con- denaron, por quienes le azotaron y crucifi caron... Aquí, en este Corazón de Jesús se halla el secreto de la dulzura. San Antonio de Padua se nos muestra en todas las escenas de su vida, en el trato con sus Religiosos, entre herejes y pecado res, delante del feroz Ezzelino. severo su semblante, con la unción en los labios y la caridad en el corazón. De él dícese, lo que de San Bernardo, «que en las tiernas €ex- pansiones de su alma parecía derramar so- bre el mundo el maná, la leche y la miel Con la fuerza de su dulzura desarmó a los más obstinados en sus errores y en sus vi- cios. Su aspecto interior y su agradable

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