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a tu inocente padre», le dijo una misterio- sa voz. Fr. Antonio pidió licencia al P. Guardián, no obstante de ser él Provincial. para trasladarse a su patria. Llegado a ella de un modo maravilloso, se dirició a la sala de la audiencia, donde en presencia de los jueces y ministros que estaban sobrecogi- dos de espanto, dijo que había venido para defender a su atribulado padre. Terminada su defensa, invitó, como última y más con- vincente prueba de su alegato, a que le acompañaran hasta la sepultura del joven asesinado. Todos, jueces, ministros y un inmenso público fueron en pos del Santo, persuadidos de que era Dios quien hablaba y Obraba por aquel Siervo. Ustando ante la tumba y tras una breve oración, San Antonio increpó al muertoy le preguntó, en Nombre de Dios Omripo- tente, si Martín de Bulloens era quien le había dado la muerte. A poco el difunto se incorporó sobre su huesa a la vista de aque- lla extraordinaria muchedumbre y contes- tó. <Nó; Martín de Bulloens es inocente». Fr. Antonio volviose a su padre que no sa-

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