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levantes prendas de saber humano, su ex- traordinaria virtud y a no desear sino la abnegación, la cruz, el martirio apren- didos en ese libro divino que contemplaba de continuo, hincado ante la cruz. Era tal el concepto que tenía de sí m verse pospuesto a los demás ] smo que, al el1210sOos, no sentía en su interior rebelión aleuna. con haber sido dotado de una sensibilidad acu- da y exquisita. Más tarde, cuando Dios quiso dar a conocer el valor de su s]ervo, su misión y su carácter con todos los ca- rismas que acompañan al apóstol, San An- tonio sólo dejó entrever una vez más su humildad en los distintos oficios que desem- peñó, como Guardián, Custodio yr Provin- cial y en los emanados de la Sede Apostó- lica, al extremo de afirmar sus biógrafos que no se sabía que adunurar más en él, si la riqueza de su ingenio, o la grandeza de su humildad. Aprendamos de San Antonio a conocer- nos a nosotros mismos si deseamos ser hu- mildes, y a su imitación, busquemos la so-
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