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— 60 — infinitamente, siempre y en todas par- tes, pero más especialmente cuando nos asocia a los dolores de Jesucristo, ha- ciéndonos participantes del peso de la cruz. ¡Oh, Virgen Inmaculada, Nuestra Señora de Lourdes, Madre de un Dios que fué llamado varón de los dolores!, vuestro divino Hijo quiso que estuvie- seis a su lado en el Calvario, mientras sufría y moría por nosotros. Us ama- ba, como sólo un Dios puede hacerlo, y sin embargo quiso que vuestra alma fuese traspasaca por una espada de do- lor, a fin de que nuestro amor hácia Él se revelase con la prueba de tan agudos dolores. ¡Oh, Nuestra Señora de Lour- des, Consoladora de los afligidos, Salud de los enfermos!, obtenedme la gracia de amar a Dios cada día más, a medida que se prolongan y agravan mis dolo- res. Es este mayor milagro que si cura- ra repentinamente. Para devolverme la salud, bastaría una sola palabra pro- nunciada por Vos en nombre y con el poder de Aquel que es vuestro Hijo y nuestro lios; mientras que la resigna- ción en el sufrimiento, que me obliga a

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