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Padres, para conseguir la salvación. El mismo Jesús, de lo alto de la cruz, con- fió su Madre al Apóstol Juan, a quien recomendó un amor inmenso, una ab- negación verdaderamente filial, llamado desde entonces, para reemplazar, para con aquella Mujer Dviina, los efectos y ternezas de Jesús. Y ¿quién no sabe que el Apóstol representaba a todos los hombres en particular a las almas fieles y sinceramente amantes de Aquel Úni- co Hijo Crucificado? De consiguiente, a todos nosotros parece decirnos Jesús: “Yo me muero, pero mi Madre se que- da entre vosotros, tomadla, haced con Ella mis veces; cumplid, a imitación mía, vuestros deberes de hijos. ¡Oh!... ¿Cómo galardonará Jesús a las almas que hayan desempeñado con fidelidad tales recomendaciones?... No seamos tan insensibles que, desoyendo la voz de Jesucristo moribundo, dejemos de amar a quien se nos ha dado para que sea neustra guía, nuestro sosten, nues- tro consuelo, nuestra esperanza y la en- cargada de abrirnos las puertas del cie- lo. Amala, pues, y te conservará. ““Dili- ge cam et conservabit te”. (Prov. I, 8,) PRL

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