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e, * sos u olvidadizos infieren al Corazón de todo un Dios, especialmente en el Sa- cramento de amor. Es la reparación fruto del amor; por manera que, quien se precie de amar de veras a Jesús, como se ama al amigo del alma, considerará como propios los bie- nes y males que los hombres le hagan; se gozará de sus alegrías como se ape- nará de sus tristezas y trabajará porque todos le amen; que, si no pudiere ccn- seguirlo, derramará copiosas lágrimas y como el Serafín del Alvernia recorre- rá los valles y las montañas exclaman- do: *“El Amor no es amado, el Amor no es amado”. Y no contento con ello, ya que no le sea posible impedir las infracciones de los divinos preceptos y el abuso de las gracias, se entregará por entero a llorar tales pecados y cas- tigará su cuerpo como si fuera el único culpable. Lo contrario, es decir, no re- parar las injurias que se hacen a Dios, equivale a no sentir por Él un adarme de amor. . Cuando la gran Señora preguntó a la pastorcilla humilde si subiría de rodillas y besaría el suelo sin repugnancia, en ST a li IA PEE o UE GITA SSA DR ARIS

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