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muy de mañana a la ribera de Masa: bieille. Sin embargo, para entonces le habían llevado ya la delantera de cua- trocientas a quinientas personas que, impacientes, aguardaban a la joven vi- dente. Hecha la señal de la cruz, Ber- nardita se hincó y fijó sus ojos en el hueco. Había rezado una decena del ro- sario, cuando comenzó a caminar sobre sus rodillas y a subir de esta suerte la pendiente que conduce a la concavidad de la gruta. A la entrada separó suave- mente las ramas que colgaban de la roca y subió hasta la parte interior de la bóveda. Lo que pasó entre Madre e hija no nos ha sido dado penetrar. Sólo sabe- mos que trás de un largo rato, Bernar- dita salió de rodillas desde el fondo de la gruta y se encaminó a un ladito del río. donde comenzó a escarbar como si algo buscara. A medida que más tierra sacaba, mayor era la humedad que ha- llaba. Cuando vió que el interior de la vocilla contenía una masa de barro, intentó por tres veces llevar a su boca para tracgarla, y otras tantas rechazó con repugnancia. Por fin, a la cuarta y

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