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ráfica sonrisa se dibujó en sus labios e inclinó la cabeza con inefable encanto”. Un coloquio mudo, pero evidente, existía entre la Señora invisible y la joven privilegiada. El éxtasis duró cer- ca de una hora y cesó sin violencia al- guna. Día de aparición fué, como el anterior, el siguiente 24 de Febrero. Rodeada de mayor concurrencia, pues que era de cuatrocientos a quinientos los devotos que allá estaban, llegó la pastorcilla de Bartrés a la gruta con el rosario cruza- do entre las manos. Miró a la gente, se arrodilló y empezó a rezar con los ojos clavados en el hueco que ante sí tenía. Apenas concluída una decena, se avalanzó, como a la vista de un objeto que le arrebataba. Su rostro se demudó, a lo que siguieron saludos y sonrisas encantadores. Permanecido que hubo de tal suerte, algún tiempo, por fin le- vantose y se fué con paso lento a lo interior de la bóveda, como si buscase un objeto perdido. Exhaló, por tres o cuatro veces, suaves gemidos que acabó con un, ¡Ah! dulcísimo, apenas articu- lado (Dominga Cazenave).

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