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Ey O después, parecía que escuchaba con erande atención y reverencia. Un sí oui—bastante sensible, percibiose du- rante la visita repetidas veces. Su sem- blante adquirió el color de blanca cera con una tenuísima pincelada de carmín. ““Kra un ángel de la tierra”, exclama- ban después los numerosos testigos. Al final de la visión, que, como la anterior, fué de un cuarto de hora, cubriose de un manto de tristeza el rostro de la angelical criatura. El siguiente día, 21, Domingo, fué marcado con una nota de interés, no pequeño para nosotros. Bernardita en la gruta, comenzó a pasar las cuentas de su rosario con singular devoción. Su rostro sufrió luego una transformación notada de cuantos se hallaban junto a ella. Luego avanzó hácia el fondo de la gruta. A un estado de felicidad, que se transparentaba en su semblante, suce- dió un cambio de tristeza, por demás profunda. Dos gruesas lágrimas asoma- ron a sus ojos que caveron por sus me- jillas. ¿Qué había pasado ?Dícenoslo la misma Bernardita: “Aquella Señora, apartando de mí, por un instante, su

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