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ES.0 El medio de que disponemos para con- seguirlo es la oración. A ejemplo de nuestro Divino Maes- tro, que oró sepultado en el desierto aquellos cuarenta días con sus noches, más tarde la víspera de su muerte, en el cenáculo, en el que vació toda su alma en amor al Padre y a sus queridos apóstoles, luego en el huerto de Getse- maní, empapado en sudor de sangre y finalmente estando enclavado en cruz, entre angustias interiores indecibles, de- beremos dedicarnos con todas nuestras fuerzas a rogar a Dios por los pecado- res que le ultrajan, por quienes le des- precian, por los que le miran con desdén e indiferencia. Por todos ellos derramó Jesús su tan preciosa sangre. «Justo es que quienes amen a Jesús hagan de su parte lo que puedan, a fin de que esa sangre no resulte ineficaz del lado de los mismos pecadores, en sus propias almas. Tan agradable a Dios es la oración por los pecadores, que a muchos santos les ha valido el oir del mismo Dios pa- labras de aprobación, y por ella mere- cido y alcanzado gracias muy extraor-

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