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que la Bernardita quería conservar un prodigio tan inusitado, las cireunstan- cias obligáronle a descubrirle, primero a sus dos compañeras, luego a su madre, quien, imaginándose ser alucinación lo que su hija había visto, prohibiole seve- ramente volver al lugar de la aparición. Llegado el Domingo, 14, era tal el deseo que Bernardita sentía de ir a la gruta que por fin se resolvió, después de oida la Santa Misa, a manifestárse- lo a su madre. Obtenida la licencia, fue- se con seis amiguitas más, camino de la gruta y rosario en mano. Puestas de ro- dillas, rezaban el santo rosario, cuando de repente la favorecida de la Virgen exclama “¡Ahí está!” ¿Dónde? pre- guntáronle a una sus compañeras, las cuales nada veían a pesar de indicarles con el dedo. Luego Bernardita arrojó sobre la sagrada imagen un poco de agua bendita, que de la pila de la igle- sia había tomado, como medida de pre- caución, mientras que la joven blanca le sonreía, inclinaba la cabeza y hacía la señal de la cruz.

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