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sido hallado a la weicata de su casa. Fontan contra él las manchas de sangre fresca de su calzado y de su ropa, cuya procedencia no sabia explicar satisfactoriamente. De manera que el Juez le declaré reo : del hurto sacrilego y autor del homicidio, condenandole a la pena de muerte. Llegado el dia de la ejecucién y ya en camino del suplicio, vestido del sambenito de los condenados a muerte, preso de pies y — manos con grillos y esposas, rodeado de los ministros de la justicia y acompafado de un inmenso. gentio, el sentenciado pidi6é, como tiltimo favor, que se le permitiera despedirse del Sefior de la Buena Esperanza. Concedida la gracia, fué conducido al santuario. Alli, arrodillado al pie de la sa- grada imagen, renové entre sollozos y lagri- mas sus amargas quejas. “Sefior, le decia, vuestras palabras y vuestros dones son ben- dicién y no hacen dafio a los que en Vos esperan. A Vos acudi en mi necesidad y me socorristeis. ¢Por qué me disteis un obse- — quio, que me ha traido la deshonra y me arrastra al suplicioP jSefior, volvedme mi ee honra y salvadme de la muerte!” El numeroso ptiblico, que habia invadido — €l templo, escuchaba estas voces entre indig- ~ nado y compasivo, cuando he aqui que, en precencia de todos la augusta imagen ex- tiende el otro pie el condenado y deja caer -. @n sus manos fa sandalia que aun conser- vaba calzada.

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