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teatro de deleites paganos, en donde reinan el silencio y las rui- nas, cual Señora de las Victorias elevaste tu poderosa voz llamando de todas partes de Italia y del mundo católico a tus devotos hi- jos para que te levantasen un tem- plo. ¡Oh! apiádate finalmente de esta alma que yace aletargada ba- jo el polvo y las sombras de la muerte! Tien piedad de mí, oh Se- ñora, ten piedad de mí, que me hallo abrumado de miserias y hu- millaciones! Tú que eres extermi- nio de los demonios, defiéndeme de los enemigos que me asedian. Tú que eres el Auxilio de los cri- stianos, sácame de las tribulacio- nes en que me hallo sumido. Tú que eres nuestra vida, triunfa de la muerte que amenaza a mi alma en los peligros a que se halla ex- puesta. Devuélveme la paz, la

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