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yó regocijo de mi corazón, y con el ánimo henchido de la más viva gra- titud, vuelvo a Tí, mi generosa Bienhechora, mi dulce Señora, So- berana de mi corazón, pues te has mostrado como verdadera Madre mía, Madre que inmensamente me ama. Yo te supliqué con gemidos y lágrimas, y Tú, oh Madre, des- de tu trono de Pompeya, con una piadosa mirada me tranquilizaste. ¡Ah! ¿quién se dirigió a Tí con confianza y no fué escuchado? ¡Oh si todo el mundo conociera cuan buena y compasiva eres con quien sufre, todas las criaturas acudi- rían a Tí! Seas pues para siem- pre bendita, oh Virgen soberana de Pompeya; bendita para siem- pre de mí y de todos, de los hom- bres y de los ángeles, en la tierra y en el cielo. Así sea. Dios Te salve, Reina, y Madre, etc.
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