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no queréis socorrernos por ser hi- jos ingratos e indignos de vues- tra protección, decidnos a lo me- nos a quien debemos acudir para vernos libres de tantos males. ¡Ah! no: vuestro Corazón de Ma- dre no permitirá que se pierdan vuestros hijos. Ese divino Niño, que descansa sobre vuestras ro- dillas, y el místico Rosario que lle- - Váis en la mano, nos infunden la confianza de ser escuchados, y con tal confianza nos postramos a vuestros pies, nos arrojamos como hijos débiles en los brazos de la más tierna de las madres, y ahora mismo, sí, ahora mismo, espera- mos las gracias que pedimos. Dios Te salve, Reina, y Madre, etc,

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