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No nos dejes en aquel peligro: no nos desampares en aquel riesgo: no te reti res en aquel horrible trance: acuérdate amabilísima Señora, que si Dios te eli gió para madre suya, fué para que fue- ses medianera entre Dios y los hombres: y por lo tanto debéis ampararnos en aquella hora. ¡Oh María! ¡Oh segurísi mo refugio nuestro! Pues puede ser que entonces no tengamos fuerzas ni sentido para llamarte, desde ahora, como si ya estubiéramos en la última agonía, te llamamos: desde ahora te invocamos: desde ahora nos acojemos a tu poderosí- sima y piadosísima intercesión; a ln sombra de tu amparo nos ponemos para librarnos de los merecidos rigores del Sol de justicia, Cristo; y desde ahora, como si ya agonizáramos, invocamos tu duleísimo nombre y esto que ahora de- cimos, lo guardamos para aquella hora. María, misericordia: María, piedad: María, clemencia: María, María santísi ma, querida de mi alma, consuelo de mi eorazón, en tus manos santísimas eneo- miendo mi espíritu, para que por ellas pase al tribunal de Dios, donde inter-

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