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$4 Espíritu Santo aguardaban su llegada, para tributar el premio a sus virtudes merecido. Y dejando atrás en su Asunción glo- riosa los tronos de gloria, que los dis- tintos grados de las jerarquías ángélicas ocupaban, llegó a sentarse más cerca de la Augusta Trinidad, que el más ardien- te serafín. Esta fué la corona de gloria reservada para María: una visión de la Esencia divina más perfecta que la vi- sión de ninguna otra eriatura. Al verla los ángeles superior a ellos, coronada de gloria casi infinita, no lan- zaron gritos de protesta, como en los tiempos de Luzbel, sino que reverentes se postraron ante Ella y en un trans- porte de admiración y gozo la aclama- ron su Reina. Consideremos el título que hizo a Ma- ría acreedora a esa corona de gloria. A la Bondad divina deben su existencia los seres todos, que pueblan la creación. Ella fué colocando, según su beneplácito, ca- da uno de estos seres en un grado dis- tinto de perfección. Y todos, desde el que el hombre huella con su planta, has-
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