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0 el último instante, Aquello no era muer te, era el triunfo sobre la muerte. Con sus. divinas manos cerró Jesús los ojos de su Madre y María expiró. La naturaleza no se manifestó tumul- tuosa como en la muerte de su Hijo. Tomaron luego los apóstoles aquel cuer- po inmaculado y lo sepultaron en Getse maní, allí donde el Hijo había orado al Padre: y al sepultarlo derramaron so- bre él las últimas lágrimas. Mas no todos los apóstoles asistieron a la muerte y sepultura de María: faltó Tomás; la distancia no le había permi- tido llegar a tiempo. Cuando llegó quiso verla; ver por última vez, el rostro de aquella divina criatura, para después, fortalecido con su visión, marchar tran- quilo a dar su sangre por el Maestro. Aeccedieron gustosos los apóstoles al deseo de Tomás y volvieron a Getsema- ní; postráronse ante el sepulero y lue- go apartaron la losa. Las flores, que ser- vían de lecho mortuorio, aparecieron ra- diantes de lozanía, derramando suavísi- mo aroma; pero el cuerpo de María no staba, Al mismo tiempo oyeron un coro

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