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sobre cada uno de los Apóstoles. La Ter- cera Persona de li Trinidad Augusta, descendió visiblemente y descansó bajo la apariencia de esas lenguas sobre cada uno de ellos. Los Apóstoles desde ese momento tor- náronse en profetas y la nueva ley, con un prodigio, que recuerda al Sinaí, em- pezó a extenderse por el mundo. La sa- eudida del Cenáculo tuvo por efecto la 'aída de los ídolos, la exaltación de la eruz, la regeneración de las costumbres, el reconocimiento de la divinidad del Crucificado. No sólo en Jerusalén, sino en Roma, en Corinto, en Atenas, se oía la voz de Cristo que por boca de los Apóstoles decía: Levántate tú que duer- mes el sueño de vanas superticiones; y las gentes corrían a oir la nueva que los apóstoles les llevaban. Consideremos la acción del Espíritu Santo en la redención del mundo. La obra de Jesús, comenzada con tantas ma ravillas y llevada a cabo con tantos su- frimientos, quedaba como amortiguada a la hora en que herido el Pastor, se dis- persaban las ovejas, y caminaban vaci-

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