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del Crucificado, mientras se hallaba en el suplicio, habló al corazón de los sol- dados; al verle inclinar la cabeza, glo- rificaron a Dios; el temblor de tierra rompió su último velo y con el eorazón lleno de fe, exclamó el Centurión: este era Hijo de Dios: y los soldados respon- dieron: sí, era Hijo de Dios. Contemplemos a Jesús pendiente de la eruz. Apenas fué levantado en alto, todo su cuerpo cargó sobre los divinos pies rasgados por los clavos: levantóse- le el pecho, mientras la cabeza se revol-. vía con tan repentina torsión: el ceora- zón palpitaba con violencia; la boca sus- piraba sollozando; gruesas lágrimas eo- rrían por sus mejillas y sus ojos pare- cían buscar un poco de compasión. Se. cumplía con desconsoladora exactitud la. profecía del Salmista. Esperé quien «se entristeciera conmigo y no lo hubo; que alguno me consolase y no lo hallé. Hasta | de su mismo Padre parecía abandonado y en su absoluta soledad exclamó: Dios mío, Dios máo, por qué me has abando- nado? Luego al ver que todo estaba cum.

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