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ftaron a la mujer, mientras los verdugos levantan a la Víctima que había caído por segunda vez. Se acercaban al Calvario y Jesús no se encontraba con fuerzas para subir la endiente, que conduce hasta su cima; y volvió a caer por tercera vez. Ayu dáronle a levantarse y sostenido por los soldados subió hasta la cumbre: al ver- se en aquella altura fijó su mirada com- asiva y majestuosa en la muchedum- re: a sus pies descargó el Cirineo la eruz: se hallaban en el lugar del supli- cio. Contemplemos a Jesús en su vía do- lorosa. Ni una alma hubo, a excepción e unas piadosas mujeres, que se com padeciese de su mísero estado. Cuando e faltaron las fuerzas y sucumbió bajo el madero, entonces, no por compasión, sino para tener el placer salvaje de verle erucificeado, quitaron de sus hombros la eruz. En medio de aquella turba sedien- a de sangre caminaba lentamente: ni na queja se escapó de sus labios, y tal ez veía entre los que le arrojaban pol- vo a algunos de aquellos a quienes com

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