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do en las locuras de aquella mañana; euando vió caer a Jesús no pudo conti ner un impulso de compasión y lan una protesta contra la rudeza de guardias. Esto bastó para que le obk garan a cargar con la cruz, que ya podía llevar la Víctima. Caminaba ahora Jesús con más li reza, con el pensamiento en su Ma que a pocos pasos le aguardaba. Al Il gar frente a Ella debieron de paran un poco los soldados, acaso por cor “de este encuentro de la Madre con Hijo? Y Jesús y María cambiaron mirada y con la mirada cambiaron el ma. Renunciemos a comprender el eance de este encuentro. Prosiguió luego el cortejo su marchg y Jesús, con el temblor de la fiebre: cubierto de polvo diluído en sangre y lágrimas, seguía dificultosamente. A verle en tan lastimoso estado, acercóse le una mujer con un lienzo mojado; J sús se lo tomó y se lo aplicó al rostf y luego se lo devolvió con una mirs de gratitud divina. Los soldados ap

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