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de Pilatos, pidiendo que le llevaran a Jesús. Contemplemos a Jesús en medio de tanto ultraje. ¿Protestará de tantas hu- millaciones y tantas afrentas? ¿Esas' púas agudas y desgarrantes, que salen por todos lados penetrando su eabeza, le obligarán a proferir alguna impreca- + ción contra sus verdugos? Jesús perma- nece silencioso, dejando correr las lágri- mas, única protesta que se permite; y aún brotaban contra su voluntad, por* que el exceso del dolor las arrancaba a. la flaqueza humana. | ¡Qué amargas debían de ser esas lá- grimas euando veía con profética mira- da la larga serie de rebeliones contra su verdad y su amor, pasando delante de El, como los soldados de Pilatos, lanzán- dole a su paso un insulto y un desafío! ¡Y qué dulces debían de ser cuando veía venir legiones de mártires y vírgenes, y presentarse valientes ante el verdugo, y oía sus entusiastas protestas: Ave, Rex Judeorum, Te adoramos, oh Cristo! Rey inmortal de los siglos.

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