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SABADO OCTAVO LA CORONACIÓN DE ESPINAS | Comprendieron los soldados que Pila- tos, con el suplicio de la flagelación, había intentado borrar de la mente de Jesús las pretensiones a la corona de Israel, y quisieron burlarse de El ha- ciéndole a su modo un rey de los ju- díos. Sin que aquellos corazones de hiena se moviesen a compasión ante el lasti- moso estado, en que los azotes dejaron a Jesús, arrastráronle consigo y lo in- trodujeron en el cuerpo de guardia, des- nudáronle allí de sus vestidos y pusié- ronle una clámide de púrpura, para imi- tar el manto real de los monarcas. Pas ra parecer un rey perfecto, faltábale la corona. q Un aro de junco, rodeado de ramas de espinas de largas puntas, fué la corona
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