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la Víctima, molida, jadeante se desplo- mó en el suelo, teñida en sangre. Los ejecutores desataron sus manos, lo le- vantaron y volvieron a ponerle sus ves- tidos. Contemplemos el espectáculo que nos ofrece Jesucristo. ¿Qué corazón habrá que no se mueva a compasión en pre- sencia de escena tan sangrienta? ¿Aquel rostro divino, amoratado a fuerza de do- lor; aquellos labios eárdenos, próximos a exhalar el último suspiro; aquél pe- cho jadeante, en el que se dejaban ver heridas horribles; aquellas benditas ma- nos, prodigadoras de milagros, fuerte- mente atadas; todo ese conjunto de hu- millaciones y dolores, mezclados lo ho- rroroso y repulsivo con una majestad apacible, que brillaba sobre todas las ignominias, no será bastante para impre- sionar tu corazón y moverle a compa- sión ? EJEMPLO La señorita Amelia S., domiciliada en la calle Luca 1347, padecía una enfer- medad grave en el pulmón derecho. Fué
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